Hay veces en las que siento que me falta el aire, en las que necesito gritar fuerte, muy fuerte; que me encantaría escaparme de aquí para siempre. Salir corriendo y no detenerme nunca, hasta llegar lejos, a un lugar desconocido, nuevo, diferente... a un lugar en el que me pueda sentir libre, a salvo. Y respirar, respirar como nunca antes lo había hecho. Lento, suave, profundamente.
Nos empeñamos en buscar la felicidad cada día, y no nos damos cuenta de que es ella quien tiene que encontrarnos; y eso será donde menos te lo esperes. Y cuando llega descubres que ahí no acaba todo, que el final de un camino es tan solo el principio de otro, y que lo único importante es la persona que escoges para que camine a tu lado. Que esconderse es lo que menos importa. Lo importante es que estás tocando con la yema de los dedos eso que has estado soñando toda tu vida, y ya sólo importa el hoy, el presente, y lo que queda por venir...
Realmente, las personas no nos damos cuenta de lo que somos cuando buscamos la felicidad en nuestros sueños, en cosas grandes y ostentosas, dejando de lado las cosas imperceptibles, pequeñas cosas que tenemos día a día pero que creemos que no significan nada. Y que, al final, cuando conseguimos aquello que tanto ansiábamos, nos damos cuenta de que la felicidad se quedó en el camino, en esas cosas invisibles a los ojos, y ahora ya no podemos recuperarlas.
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