Hundida en tu propia persona, encerrada en la estrecha celda que construyen tus miedos. Las voces de tu cabeza se elevan sobre todas las cosas. Una ráfaga de inseguridad y pánico que te ciega y arrasa tus ojos. Piensas que lo superarás, como siempre lo has hecho. O como, por lo menos, siempre has intentado aparentar.
Pero cada día que pasa, cada jornada derramando lágrimas, tu voluntad por vencer a esos monstruos que conquistaron tu mente e invadieron tu sonrisa, disminuye notablemente. Te gustaría decir basta, acabar con esto de una vez por todas. Pero la intención se queda a medio camino y todo parece volver a derrumbarse.
Hay algo roto dentro de mí, y realmente no sé lo que es. Es como dos cables que nunca harán conexión entre ellos. Un gran vacío que me recuerda con amargura lo que soy, y lo que siempre seré.
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